«Mamá», de Lucía Berlín. Las otras maternidades

Lucía Berlín, historias de la vida cotidiana

Mucho se ha dicho ya de Lucía Berlín, basta una búsqueda rápida en internet para saber santo y seña de sus aventuras, sus amores y problemas de adicción. También se ha dicho tanto de su talento para escribir, su sentido del humor siempre tan tenaz y mordaz, oscuro algunas veces. Relatos autobiográficos o de autoficción con algunas pinceladas de su infancia, de su adolescencia y sus múltiples trabajos en la juventud que tuvo que realizar para mantener a sus cuatro hijos. Lucía Berlín tuvo una vida de novela, o de película, de esas historias que logran tu atención desde el primer momento, historias de la vida cotidiana que parecieran increíbles, no sólo por su contenido sino por su gran poder evocativo de los sentidos y sensaciones; son relatos nostálgicos, en tono sepia, como fotografías antiguas a las que se les inventa una historia.

Mucho se ha dicho ya de ella, esta magnífica escritora estadounidense que pasó por alto de los reflectores de la industria editorial, su fama llega a destiempo, como una mala broma del destino, como una historia que ella podría haber contado. Justo en esta área de su estilo literario es que nos encontramos con “Mamá”, un cuento corto que relata la historia de unas hermanas de edad madura que recuerdan a su madre, una madre difícil de digerir, por no decir, una mala madre a la que el tinte triste del recuerdo pretender matizar su maldad.

La madre no tradicional

A propósito del recién pasado día de las madres, festividad que solemos enaltecer en demasía, decidí escribir sobre este bello cuento. Bello no es igual a bonito, bello refiere a una serie de cualidades que en determinada armonía hacen que surja un producto que estimula los sentidos, casi siempre de forma inesperada. “Mamá” no es una historia de una tierna y tradicional madre de quien se evocan recuerdos dignos de mencionar en el festival del día de las madres. Todo lo contrario, habla de una madre que aborrecía el amor, que la maternidad no había sido su sueño dorado, azotada por una depresión no diagnosticada y matizada por el alcoholismo. Una madre de consejos crueles que parecía siempre estar enojada, y aún así, las hijas podían atraer un bello recuerdo de la imagen de su madre, una estampa más que un recuerdo, la belleza y altivez de su madre en un barco alabada por el capitán que parecía hipnotizado por ella. Era tal vez la memoria más linda que podrían rescatar.

“Sobre todo debemos tener presente que era una mujer muy menuda, medía poco más de metro sesenta. Solo a nosotras nos parecía enorme. Y tan joven, diecinueve años. Era muy hermosa, morena y delgada. En la cubierta del barco, se mece contra el viento. Es frágil. Tiembla de frío y de emoción. Fumando, con el cuello de pieles ceñido alrededor de su cara en forma de corazón, su pelo azabache”.

La romantización de la maternidad ha dañado a las familias por siglos. Es algo evidente en la crianza y la educación de los hijos e hijas, pero no siempre se habla de lo que padecen las madres, en especial las madres que no querían ser madres, a quienes les se impuso la maternidad, por cultura, por legado, por religión, por culpa, por deber divino. ¿Qué descendientes tienen las madres que deseaban otro camino en su vida? Es cierto, y hay que decirlo con todas sus letras, hay madres malas, malvadas, malévolas; hay madres tóxicas, psicópatas y perversas; pero hay madres también depresivas, que no supieron cómo lidiar con los desafíos de la maternidad y las exigencias de su cultura. No todas son malas desde el principio, hay otras que sí. El punto es que las maternidades son diversas y seguimos queriendo que esa diversidad se homogenice en un solo tipo: la madre todopoderosa, dulce y abnegada que daría todo por su progenie.

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La mamá de la narradora y su hermana Sally, del cuento de Lucía Berlín, pertenece a este tipo de mamá que se sale de lo convencional. Una madre alcohólica, depresiva, malvada que mal aconseja a sus hijas, las rechaza, no sabe recibir cariño; una mujer que es ocultada al mundo para evitar que la vean alcoholizada o que se fuera de fiesta; sus allegados le cubren la espalda con la crianza de sus hijas, a las cuales ya no sabe cómo tratar con el paso del tiempo, lo mejor sería seguirlas rechazando. Una mamá a la que se le dificulta el amor y prefiere no creer en él.

“- Culpaba a la Iglesia católica de que la gente tuviera tantos hijos. Decía que los papas habían hecho correr el rumor de que el amor hacía feliz a la gente.

El amor te hace desgraciado, decía nuestra madre. Mojas la almohada llorando hasta quedarte dormida, empañas las cabinas telefónicas con tus lágrimas, tus sollozos hacen aullar al perro, fumas dos cigarrillos a la vez.”

Algo curioso de la crianza, es que no importa qué tan cercana o lejana sea la relación con las figuras parentales, siempre hay algo que absorbemos sin querer, a veces desde la fantasía de lo que son y representan en nuestras vidas, de lo que quisiéramos que fueran o de lo que quisiéramos evitar. En las primeras líneas del cuento, la narradora teme parecerse a su madre y acepta que, aunque ya esté muerta, aún la tiene presente, como un fantasma, y de alguna manera sigue esperando su aprobación. Más adelante se sorprende aconsejando a su nuera con consejos al mismo estilo que su mamá ¿Cómo es esto? Tanto renegar de su madre y algo de eso vive en ella, como parte de su personalidad.

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El cuento no apunta a ninguna reflexión en específico, es decir, no tiene un tinte educativo ni de moraleja, los mejores textos no aspiran a ello. No, sólo describe lo que dos hermanas vivieron con su madre, y como ahora, cuando la menor se encuentra al borde de la muerte, recuerdan esa imagen icónica de su mamá, las buenas anécdotas y las muy malas. La hermana moribunda se compadece de su madre muerta y desea haberle dicho cuanto la quería; mientras que la hermana narradora no siente ninguna compasión por su progenitora. La hermana moribunda tal vez busca algún tipo de redención antes de morir, no llevarse pendientes con nadie y trata de entenderla. La hermana narradora no busca más identificación con su mamá de la que ya encuentra, con eso es suficiente.

“- No, incluso su sentido del humor era escalofriante. Las notas de suicidio que escribió a lo largo de los años, siempre dirigidas a mí solían ser bromas. Cuando se cortó las venas, firmó “Mary la sangrienta”. Cuando se tomó pastillas, escribió que prefería no intentarlo con una soga porque era demasiado lío. La última carta que me mandó no era divertida. Decía que sabía que yo nunca la perdonaría. Que ella tampoco me perdonaba por haber destrozado mi vida”.

El cuento deja un extraño sabor de boca, mucha realidad tal vez, es antiromántico, anti idealista, va en contra de los ejemplos de la maternidad que nos gusta preservar y por eso me gustó tanto. Es real, estas maternidades existen, hacen daño a ambas partes y se suelen minimizar, como al final lo hace Sally al compadecerse de su mamá que no la dejó entrar a su casa cuando le dijo que estaba muriendo de cáncer.

“Para mí era terrible, con mamá, y con el abuelo. O sola, más que nada. Me metí en problemas en la escuela, me escapé de un colegio, me expulsaron de otros dos más. Una vez pasé seis meses sin hablar. Mamá me llamaba la Mala Semilla. Descargaba en mí toda su rabia. Hasta que fui mayor no me di cuenta de que ella y el abuelo probablemente ni siquiera se acordaban de lo que hacían. Dios concede lagunas a los borrachos porque si supieran lo que han hecho, se morirían de vergüenza”.

En conclusión

En conclusión, es un excelente cuento, un cuento que hace reflexionar, te hace reír incómodamente cuando tal vez no deberías de reír, te hace indignar por el rechazo a las hijas. Pero también es un cuento que genera una extraña empatía tanto con la narradora como con su madre, probablemente porque hemos conocido a mujeres así, porque sabemos que no todas las maternidades son deseadas y lo que ello implica en la vida de alguien. No lo sé, me generó cierta empatía y tristeza.

Encontramos este cuento magnífico en el libro «Manual para las mujeres de la limpieza», que tiene otras tantas historias que valen el tiempo de leerlas, como el cuento que da el título al libro, «Una aventura amorosa», «Melina» y «Lavandería Ángel», por mencionar mis favoritos.

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